jueves, 19 de abril de 2012

No tengo vergüenza...

... pero como sí tengo dignidad, escribiré.
Aunque os joda.

Llevo mucho tiempo sin pasar por aquí, casi ni a contestar a vuestros inmerecidos comentarios.

Lo cierto es que no tengo muchas ganas de escribir. Está todo echándose a perder y no creo que esta situación requiera a estas alturas que un mascachapas como yo se ponga en plan filósofo.

Hace unas semanas, en mi última entrada, traje unas reflexiones que copié del muro del facebook del compañero Donato Expósito muy celebradas a cascoporro por la gente comprometida pero que, visto lo visto, "intelectualmente" no es suficiente para decir que se está comprometido, pues habrá que pasar a ser mártir de las nuevas leyes de Mariano.

Convoco, casi invoco, a la clase trabajadora a decir basta a tanto atropello.
Uno puede aguantar que se zumben a su parienta, puede aguantar que se sepa y puede aguantar que la peña haga bromas. Lo que no debe hacer gracia es que las bromas las haga tu compañera en El Club de la Comedia.
Y no es ningún rollo posesivo machito apocao. No. Es que en algún sitio tendrá que poner uno la raya y ahí, supongo, estaría la mía.

Bueno, que no quiero desviarme lo suficiente como para que algún delegado de UGT (véase "imbécil" en el DRAE) interprete que el anterior ejemplo, unido al siguiente párrafo, como una oda a la violencia machista o algo así.

Decía que hago un llamamiento a la rebelión, aunque sea pacífica, contra el poder establecido. Establecido por otros, ni siquiera con la pantomima de las Elecciones Generales, que ahí, por lo visto, no se elije el Gobierno, sino al delegado de clase. Una rebelión, violenta si es necesaria porque en cualquier caso no sería más que una respuesta atenuada a la violencia a la que nos vemos sometidos como clase, como sociedad, como individuos y como colectivo.

Una violencia de la que una vez tras otra solo sale agredida una parte, un bando, el reconocible, la gente. Gente, por otro lado, tan acostumbrada a recibir hostias sin rechistar, como a elegir a quienes les agreden.

La gente. Ahí radica el problema, no tanto en la gente que nos maneja, sino en quienes se lo consienten con la cabeza gacha y una resignación (puta educación cristófaga) digna de cualquier mártir de cualquier religión.

Bueno, que divago (probablemente en la tercera acepción, más que en la segunda); me piro. O dejo

Un rato.