Hay algo que me llama mucho la atención en toda esta historia. En cuanto se menciona Venezuela, inmediatamente la conversación deriva hacia si Chávez es esto o lo otro, hacia si le apoyamos o no, hacia si es de izquierdas o un demagogo… Pero esta deriva es ridícula, demagógica, tiránica incluso, puramente fascista.
Chávez es un presidente electo democráticamente de un país soberano que tiene todo el derecho del mundo a elegir a sus gobernantes. Y si se afirma que las elecciones venezolanas no son limpias, lo mínimo que debería hacerse es presentar alguna prueba. Y si, todos conocemos a alguien, que tiene un primo, con un amigo, que tuvo que abandonar Venezuela cuando Chávez llegó al poder pero que su familia sigue allí y que le cuenta cosas… Y, a veces, esas cosas son las mismas que contaba el otro día, en un documental, una sobrina de Carmen Polo, a saber, que los rojos tienen rabo y huelen a azufre…
Es sorprendente que se hable de “régimen chapista” al referirse a una democracia cuyas elecciones están supervisadas, constantemente, por un ejército de observadores internacionales. Pero más sorprendente, y más indignante, es que se opine con un paternalismo que apesta a colonialismo barato. ¿Quiénes somos nosotros, desde la Europa de los Berlusconi, los Fini, los Le Pen, los Aznar, los Fortuym, los Haider y tanto otros; para juzgar las elecciones de terceros países? ¿Quiénes somos nosotros, que seguimos a la guerra al fanático inquilino de la Casa Blanca, aquel que aseguraba que invadía países por mandato divino; para juzgar quien es una amenaza para la humanidad? Nosotros, a quien el último dictador se nos murió en la cama y fue enterrado con honores de Estado; nosotros, que aún no hemos sido capaces de condenar un régimen de terror que llevó a la muerte a cientos de miles de conciudadanos; nosotros, que nos llenamos la boca de democracia mientras mantenemos los privilegios de nacimiento entre nuestra casta aristocrática; nosotros, que postramos genuflexo al Estado ante la cruz; nosotros, que no hace tanto veíamos votar a los muertos en limpias elecciones democráticas de sanguinarios ex ministros dictatoriales; nosotros, vivimos entre la corrupción política y la estafa generalizada a la Hacienda pública… ¿Quiénes somos notros?
Nosotros somos los que acusamos a las fuerzas de seguridad de organizar el 11-M, los que reíamos en la comisión de investigación, los que no conocemos límites en la carrera al poder, para quienes las palabras de los asesinos son ley si se avienen a nuestros intereses; al fin y al cabo, los de los pies encima de las mesas y el puro en el casino… Y otros diez millones que gustosos aplauden.
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