Andaba (porque andubía queda fatal) reflexionando sobre el cielo y el infierno, pensando chistes fáciles, eligiendo destino, hasta que me he topado con una realidad: el cielo no existe; el infierno, sí.
Cientos de millones de personas (albañiles, ministros, empresarios, profesores, tal vez algún clérigo) viven constantemente angustiados con la posibilidad de que alguno de sus actos o de sus pensamientos acaben con sus huesos en el fuego eterno hasta el punto de olvidarse de ser felices.
Esa historia del cielo (y las vírgenes, ríos de agua fresca, infinita felicidad, vino, orgías o paz eterna, según convenga a cada religión) no es más que un cuento para niños, una falsa e imposible recompensa del tipo "Enriquito, hijo, si te portas bien, tendrás una recompensa". ¡Hostias, cuando eso no funciona se amenaza con castigar al chico!
Y en esas estamos. Cada manipulador que crea una religión, tiene que seguir unos pasos obligatorios, como si de abrir una franquicia se tratase. A saber:
- Inventarse a un ser temible.
- Dotarlo de superpoderes.
- Hacer creer que es invisible o, al menos, solo al alcance de algunos elegidos.
- Convencer al personal de que ese ser te ha nombrado manager.
- Por supuesto, dotar al ser (y al representante) de una infalibilidad divina de la muerte.
Una vez conseguido todo esto, que es más fácil cuando tienes un rebaño deseoso de que le expliquen cosas difíciles de la manera más fácil posible: "hijo mío (hay que hablar paternalmente; también existe la posibilidad de hablar con aires de superioridad, aunque esas religiones pegaban más cuando la gente sabía que era inferior -véase que hablo de que la gente se sabía inferior y no de que era inferior-), eso pasa porque FLGKJSDFOIFGSL (póngase aquí el nombre -en mayúsculas, por supuesto- que se haya elegido para el dios de esta nueva religión) ha querido". Una vez conseguido esto, decía, solo queda un requisito imprescindible: el castigazo.
El castigazo es la amenaza con la que todo mal guía empieza sus alocuciones, el aviso de condena eterna si no me hacéis caso.
Por lo tanto, si no queréis acabar como yo (iré irremediablemente a un infierno ya que no me trago ningún infierno de los que me pintan, me crearé uno propio en el que solo se escuche Camela y se lea La Razón; no me jodáis con Telecinco, que me hago cura con tal de no ir a ese sitio), haced lo que yo os diga....
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