martes, 6 de octubre de 2015

La muerte digna es un oxímoron

He buscado "dignidad" en el Diccionario de la Real Academia Española y he encontrado el significado de esa palabra. Lo que no logro encontrar es qué hay de digno en la muerte, no digamos ya, qué hay de digno en el sempiterno debate entre quienes consideramos que hay veces en las que si no dejamos ir una vida, perdemos nuestra humanidad, y quienes consideran que lo hecho, hecho está y hay que seguir haciéndolo porque siempre ha sido así, quienes sabemos frente a quienes creen.

Fuente www.huffingtonpost.es
Desde luego, es un debate filosófico que algunos, tal vez por costumbre, quieren dotar de la inquebrantable pátina de La Ley puesta al servicio de La Fe, cuando todos sabemos que quienes inventaron ésta, lo hicieron al servicio de quienes dictaban aquella.

Anoche me parecía mentira que haya conceptos que nuestro presuntamente tan civilizado mundo, nuestro occidente civilizador, aún no hayamos sido capaces de "desconcretar", sin ser conscientes aún de que hay algunas cosas, algunas decisiones, que tan sólo competen a quienes han de tomarlas, a quienes las sufren y padecen a diario.

Por otro lado, esos conceptos, el sufrimiento, el padecimiento, la abnegación, el martirio, tan elevados (a los altares, por supuesto) en nuestra concepción judeo-cristiana de la moral, siempre han sido "valores" del vulgo, que ha sido siempre el que padece con abnegación el sufrimiento, que las altas jerarquías de toda iglesia o gobierno autoritario (valga la redundancia) han destacado como positivas, casi como objetivo vital de todo buen creyente de cualquier sistema autoritario, insisto, ya sea religioso o político. Y lo han hecho por una razón muy sencilla, de tan sencilla brillante aunque repulsiva: ya que el vulgo, el pueblo llano, tiene que sufrir (para que nosotros vivamos como vivimos o, qué coño, mejor a poder ser), que lo haga con el convencimiento de que esos son "valores" positivos, que hemos venido a este mundo a sufrir, que no hay otro modo de llegar a un "lugar mejor" en el que, allí sí, seremos todos iguales ante el Señor de turno. Por supuesto, qué mejor manera de imbuir esta idea en los corazones de esos desgraciados, sembrándola en lo más hondo de su ser a través del dogmatismo.

Pues, bien, aquí está esa idea, tan revolucionaria por querer cambiar el establishment, y tan radical, por querer cambiarlo a través de poner en duda la propia raíz del mismo, es también bastante sencilla (quizás, no tan brillante, pero -permitidme que la defienda porque es la mía- creo que sí es más justa): el amor, siendo algo etéreo y conceptual, no puede ser considerado tal siendo general, el amor es amor cuando es personal, particular, incluso aunque sea unidireccional, aunque no haya reciprocidad. Y lo que tengo claro, es que el amor no tiene por qué ser desinteresado (no en vano, nos enamoramos por lo que alguien nos aporta, por lo que ese alguien nos complementa, nos completa), pero para que pueda considerarlo amor, ha de estar vacío de egoísmo.

Y egoísmo, entre otras cosas, es querer mantener a tu lado a alguien sin posibilidad alguna de mejorar o de perdurar, por el único motivo de que no sabes qué hacer sin esa persona, sólo porque no imaginas despertar mañana solo, rodeado de otra gente que te compadece, acompañado pero sin quien tú querrías que permaneciese, obviando que hace mucho que se fue, que llevaba mucho tiempo queriendo irse, que nunca quiso ser mirado con tristeza, con pena, con condescendencia.

Por esto y no por otra cosa, considero que es amor el gesto de los padres de Andrea, la niña gallega de 12 años a la que, con 8 meses, le fue diagnosticada una enfermedad neurológica degenerativa que desde los 2 añitos padece una discapacidad por encima del 90% y que en los últimos meses ha pasado de algo tan duro como que una niña aprenda a vivir con el dolor, a tener que vivir (me refiero a los padres) sabiendo que su hija ya se ha ido y que la persona a su cargo en el hospital (me niego a llamar médico a alguien así; he utilizado "persona" porque he preferido no usar insultos en este escrito) les suelte que le retiran la morfina que, aunque es necesaria para evitar la agonía de su hija, haría que su hija fuese una yonki, pero que se la llevasen a casa, porque total, para morirse allí, que se muera (agonizando por no querer sedarla, les recuerdo) en casa.

Parece (aquí pongan ustedes la palabra que quieran, me niego a utilizar "por suerte" o, supongo que lo comprenderán "gracias a dios") que en las últimas horas el equipo médico y la gerencia del Hospital de Santiago de Compostela en el que se encuentra Andrea, ha decidido hacer lo que estos padres (y el comité de Bioética del propio hospital) pedían. Ahora que han accedido a retirarle la alimentación y proceder a sedar a la criatura, cabe recordar que el equipo médico se negó a esta petición hace meses, que la gerencia fue a los tribunales ante la entrada en agosto de una ley que recoge los derechos de los enfermos terminales para así poner por encima su ideología de los deseos del paciente, para poner su credo por encima de la necesidad de no alargar morbosamente lo inevitable, de no obligar a una niña de 12 años a seguir sufriendo, por encima del dolor en el corazón de unos padres que sufren por ver sufrir a su hija y porque se sienten señalados como egoístas, cuando deberían ser admirados por ser conscientes de que, aunque doloroso, es más altruista querer sufrir por su hija sabiendo que la echarán de menos, que ver sufrir a su ser más querido para no ser ellos quienes pierden a su Andrea.

Al fin, Andrea va a encontrar una muerte. No creo que ninguna muerte sea digna o esté rodeada de dignidad. La que es digna, es la postura de esos padres, la vida de la propia Andrea y la lucha por el derecho a no prolongar una vida que no es vida si se vive en la agonía vacía, en un sufrimiento sinsentido, en la falta de esperanza y en el dolor físico y mental del paciente y de quienes le aman. 

Eso es, de amor se trata. La muerte no es digna, digna es la vida, digno es el amor.

Antonio Santiago @soyelantonito


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