Ahí estaba, en un sofá.
Lástima que mi daltonismo
no me permita describírtela, amigo.
Sólo sé de verdes ojos, rubio cabello,
de su rojo carmín enmarcado por
una hipnótica letra eme mayúscula.
Sólo se, querido amigo,
de sus negros transparentes,
que dejan entrever unos secretos
que lo son para mí,
una expresión que desconozco,
tal vez por ser lejana en el tiempo o
en las cuitas.
Reconozco, hermano mío,
que parece muy distinta, más fuerte,
tal vez, pero que esta y aquella,
me dejan sin respiración por igual,
porque además de perderme con sus besos,
me muero con sus sesos.
No, hermano, no hagas trampa,
no quieras saber cuál me gusta más,
puesto que a esta no puedo acercarme
y a aquella, entonces no hubiera mirado.
Creo, mi fiel compañero,
que al fin y al cabo,
el destino nos cruzó,
acercó nuestros corazones,
y el destino también es culpable
de que se nos pierdan tantos besos.
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