El Papa representa un poder sobre el que no ejerce ningún control. La Iglesia, ha dicho, carece de capacidad de ordenar a las mujeres (aunque sí de darles órdenes, añadimos nosotros), porque se trata de una decisión del mismísimo Dios que él, aunque no comparta ("no se trata de que no queremos"), debe acatar. Zapatero podría copiar literalmente el discurso de Ratzinger para justificar su política económica. No se trata de que queramos bajar las pensiones, es que el Mercado, a quien servimos, nos obliga. El Papa y Zapatero dependen de instancias superiores cuyos designios son inapelables. Cuando Dios dice que el condón es bueno para el burdel, pero malo para la cama de matrimonio, es como cuando el Mercado asegura que cierto grado de socialismo tiene gracia (como juego infantil) cuando los poderes financieros deciden fabricar productos basura con los que hacer caja, aunque se debe perseguir a la hora de pagar la factura.
La política ha devenido en una disciplina tan absurda como la teología. Nadie ha visto a Dios, tampoco al Mercado, pero el sentido profundo del sexo, dice Dios por boca del Papa, es la reproducción como el sentido profundo de la economía, dice el Mercado por boca de Zapatero, es el enriquecimiento personal de unos pocos. De ahí la condena a los homosexuales y la prohibición de una fiscalidad justa. Ello hace que Ratzinger y Zapatero se digan y se desdigan todo el rato. Si fueran juiciosos, dimitirían alegando que no entienden nada. La curia romana está llena de cardenales dispuestos a aceptar el absurdo divino y la política española, de políticos encantados de llevar la injusticia social a los extremos por los que nos despeñamos. Si dimitieran, devendrían en héroes, incluso en santos. Paradójicamente, lograrían que mucha gente volviera a creer en el socialismo y en Dios. Ánimo, colegas.
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