No aplaudiré jamás ningún acto que suponga la muerte de nadie, aún siendo el peor asesino de la historia, aún siendo el que haya hecho daño a un hijo mío. No puedo hacer otra cosa que condenar desde lo más profundo de mi corazón a los países que van por ahí asesinando a conveniencia (cuando, como y donde les convenga) a sus enemigos o a sus antiguos amigos. No puedo quedarme impasible ante una demostración más de que Los Estados Unidos de Norteamérica hacen lo que les sale del nabo siempre. No me gustaría olvidarme de los muertos de quienes aplauden este acto terrorista, países, políticos, periodistas o ciudadanos normalicos.
Ahora bien, esa es la declaración que me sale, porque es la que siento con toda mi fuerza. Digo "con toda mi fuerza", porque me cuesta mucho no alegrarme de que se haya quitado del tabaco alguien tan peligroso (me da igual de que no lo sea tanto como nos lo quieren pintar) como para, si no organizar, sí alentar y aplaudir los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Sí, hubiese preferido que muriese (qué feo está esto de preferir como se mueren los demás) de un mal esguince que asesinado por un estado "amigo" y un Nobel de la Paz, pero mi corazoncito no siente pena porque ciertas personas mueran.
Lo siento muchísimo. De verdad.
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