miércoles, 11 de mayo de 2011

El bolígrafo de gel verde.

Eloy Moreno es alguien conocido para mí. No, no le conozco aunque hayamos estrechado nuestras manos. Ni siquiera puedo decir que es un conocido mío, pero sí creo que es, insisto, alguien conocido para mí.

Me explico. No puedo decir que tenga mucha experiencia en esto de internet, pero sí tengo muchas experiencias. Como todos sabéis (quedan cojonudas este tipo de frases, aunque no hayáis apenas "todos", aunque ninguno de vosotros sepáis), he conseguido tener y perder amigos de verdad después de ser compañeros u okupas de blogs de otros, así que soy de esos que saben lo que es trasponer la virtualidad del afecto intelectual al cariño personal; huelga decir que, aunque no necesario, ayuda muchísimo a llegar a ese cariño el conocimiento físico de la persona, el ver como se apartan, avergonzados, unos ojos tantas veces pensados sonrientes. Ver, también, cariño en esos ojos otras veces lejanos.

Llevo un tiempo siendo visitado por Eloy Moreno casi cada domingo (os recomiendo encarecidamente que os suscribáis a su blog, así recibiréis en vuestro correo las entradas del mismo), con unas entradas delicadas, dolidas, a veces dolorosas, con una sensibilidad que te desarma, con una visión distinta sobre cualquier cosa sobre la que, tal vez, hayamos pasado de largo unos momentos antes. Y ese, creo, es su secreto: habla de lo cotidiano de dos formas que hacen que te desarmes, que te descubras ante él. Este escritor, como algunos otros, es capaz de mirar lo mismo que tú, pero viéndolo diferente. Y es capaz de decirlo tan bonito... tan feo...

Lo mejor que puedo decir de su novela, "El bolígrafo de gel verde", es que es profunda hasta la negrura. Ahonda tanto en el interior del protagonista (tal vez él, tal vez tú, tal vez yo) que le hace real. Inseguramente seguro, desganadamente activo, verdaderamente falso, nerviosamente tranquilo. Además, hace que acabe dándote igual la identidad real de ese personaje cuyo nombre no aparece en toda la novela (probablemente porque lo importante no es él, sino que lo que a él le pasa, lo que a todos nos pasa y lo que ha pasado a todos), que acabes sabiendo que todo acaba mal y bien, que todo empieza bien y mal, que no hay camino duro, que no hay camino blando, que no hay atajo, que no hay rodeo.

He sentido durante estos días (pospuse la lectura de esta novela hasta que pudiese centrarme en ella -porque quería hacerlo, porque quería centrarme-) que no estaba leyendo una novela, sino una biografía, la mía, la nuestra. La vuestra. Lo que más me ha llamado la atención no ha sido su exquisito vocabulario, su excelente redacción o sus recurrentes obsesiones (esto último absurdo; supongo que una obsesión solo puede ser recurrente, sino sería, como máximo, una frustración). Lo que me ha sujetado al texto ha sido su música.

Soy alguien muy torpe en esto de las letras, un mal escritor porque no soy un buen lector (podría haber dicho que por falta de talento, pero mi falsa modestia me habría delatado), pero he detectado en la novela de Eloy algo que me ha hecho encuadrarla en la estantería de mi memoria dentro de la sección "poesía de la buena", compuesta ahora mismo por un total de un libro. Este libro.

Como todos sabéis (otra vez todos, otra vez sabéis), soy músico. Y soy alguien sensible en el sentido más extenso posible, por favor; no me juzguéis. Me emociono constantemente con la música, con las letras, con esas poesías escritas normalmente para que la música las complete. Y digo "complete". Me emociono con la poesía de las canciones, pero soy incapaz de sentir la misma emoción (digo la misma, una emoción completa, no por ello mejor o más profunda, pero sí más redonda) separando esas letras de esa música. No sé el por qué de esto, pero es así y lo siento. Y me alegro.

Sin embargo, con "El bolígrafo de gel verde", he conseguido escuchar esa música que echo en falta en esas "otras" poesías. Cada letra, cada palabra, cada frase, cada día de ese desordenado diario, viene acompañada por una música en una frecuencia que la hace inaudible aunque sé que está ahí. Podría poner algún ejemplo, pero sería dejarme más de trescientas páginas inmerecidamente fuera del mismo. Y sería imperdonable. 

Tanto como que Eloy no nos regalase otra novela. Aún siendo otra, aún no siendo esta.

Gracias.

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