Junto a estas líneas, pueden observar cómo un miembro de las fuerzas de seguirdad de los mercados, perdón, del Estado, desaloja a una peligrosísima perroflauta de unos 55 años, con sus gafas terroristas, disimuladas al no llevar pañuelo palestino o rastas.
Bien, ¿por qué desaloja hoy la Policía Nacional la Puerta del Sol y no lo hizo aún cuando la Junta Electoral Central declaró ilegales las concentraciones en torno a las elecciones municipales y autonómicas? Es muy fácil de entender: ¡españoles, viene Peneadicto XVI!
Sí, amigos, es más importante para nuestro Gobierno evitar que el representante de una paloma en la tierra pueda pasear entre banderitas blancas y amarillas, rosaurios y escapularios, que el pueblo pueda llegar a decir lo que piensa a tan pequeño cabrón, representante de una institución que chupa de todos los Estados en los que pone su sucia mano, evade impuestos y leyes, protege y encubre a pederastas y bendice dictadores y golpes de estado.
Pero, claro, esto es Spáña, ese país en el que se arranca la bandera de una Comunidad Autónoma terrorista como puede ser Asturias del cuello de un chaval de 19 años, mientras se permite mantener a otro la roja y gualda con toro de Osborne y todo.
En cualquier caso, que no se preocupe nadie, ya velan por nosotros los mercados, subiendo nuestra prima de riesgo, que es algo así como que bajen el precio a un país al que le están obligando a vender.
Gracias al compañero Mack, ayer leí un artículo en el que el profesor Vicenç Navarro utilizó una analogía que me encantó, hablando de las agencias de calificación y de sus muertos tos. Imaginémonos que existiese una agencia internacional de control de los medicamentos y que esta, durante años, recomendase la Aspirina como medicamento para tratar las cefaleas, el cáncer, los embarazos no deseados y la impotencia. Y no solo esto, sino que recomendase una dosis de 83 comprimidos diarios.
Después, cuando se descubra que esa posología llevaba a la muerte a decenas de miles de personas y que la agencia estaba recibiendo maletines de Bayern en los que se mezclaban billetes de 500 euros con informes falsos en los que se reconocía que aunque no fuese cierto, convendría a los miembros de esa agencia decir que ese medicamento valía para todo eso porque, según creciesen los beneficios de la compañía farmacéutica, así se verían incrementados los dineros en las cuentas corrientes de todos ellos.
Bueno, aceptado este escenario, cuando se descubriese el pastel, lo normal sería meter en la cárcel a todos los de Bayern, a Ribery, a Mathaüs, a Angela Merkel y por supuesto, a todos los directivos de la imaginaria agencia mundial del medicamento.
Pues con nuestras queridas agencias de calificación (las tristemente famosas Mody's, Standard & Poors y Fich, o como se escriban), con nuestros Gobernadores de bancos centrales, fondos monetarios mundiales, bancos mundiales y sus muertos tos (incluyendo a los amigos de los bancos que plagan los ministerios de economía, también el español, así como los asesores económicos de Moncloa) no ha sucedido nada parecido, sino que todavía se les sigue, no solo temiendo (en lugar de haber potenciado unas agencias que calificaran objetivamente y no convenientemente), sino que haciendo caso como si del antes mencionado papa de Roma estuviésemos hablando.
Vamos, que uno se queda con ganas de blasfemar. Y se caga solo en dios, cuando debería de cagarse también en el verdadero ser superior, amo de todo, el puto dinero.
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