Encadenado, como el poeta
que se veía esclavo de dos deseos.
En su caso, uno era alma y el otro,
carne. El deseo carnal, en el alma
de ese poeta encadenado, entraba
en su corazón a través de las venas.
El deseo del alma, salía de él a través
de sus manos, en sus letras y su guitarra.
En mi caso, el deseo de mi alma y el de
mi carne, es el mismo, son las tuyas,
es tu alma, es tu carne.
Por eso, rezo a un Dios que, como el resto,
he inventado para decirle que, si tú quieres,
nos abrazaremos, nos besaremos,
volveremos a probar nuestros sabores,
nos tocaremos, nos veremos y,
si no nos vemos, que sea por la niebla.
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