domingo, 23 de octubre de 2011

ROCÍO, la mordaza que no cesa.

 
Hace unos días moría en su exilio portugués (voluntario pero no por ello menos real y justificado) el cineasta andaluz Fernando Ruiz Vergara. Su carrera profesional nunca pudimos llegar a verla consolidada porque fue truncada prematuramente por la acción directa de los herederos directos del franquismo y la omitiva de los guardianes actuales de sus símbolos: los gobernantes psoeístas. Pero lo poco que consolidó se alza como un testigo de que la tan cacareada libertad que aventó la Transición, Transacción realmente, es un producto meramente de marketing político.

Sólo pudo rodar en su vida un documental, ROCÍO (ahí podéis verlo), que tiene el honor de ser la única película española que permanece en estado de censura en la actualidad. De ahí que el exilio de su autor hubiera estado siempre plenamente justificado. Realmente compartir espacio con los responsables del mantenimiento de esa ignominia debía ser altamente contaminante moralmente.

Las vicisitudes de la quema en la hoguera de aquella obra y la parafernalia judicial que la envolvió la encontrará el lector curioso minuciosamente desgranado en ESTE ENLACE. Lo que allí se mostraba era excesivo (sigue siéndolo) para las poderosas fuerzas que controlaban y controlan aún los mecanismos de poder en Andalucía.

El documental hace un recorrido por la historia del culto mariano en la Península Ibérica, para centrarse finalmente en la de uno en concreto localizado en un lugar estratégico del sur, un vértice en el que confluyen varios territorios caracterizados por un reparto de la tierra basado en la posesión de la misma por un puñado de aristócratas, ganaderos y agricultores fundamentalmente, pero también y posteriormente bodegueros, y una gran masa de asalariados en estado semifeudal que se localiza en grandes núcleos de población. Es la alianza entre la Iglesia Católica que se compromete a mantener en permanente estado de infantilidad mental a los campesinos y esa aristocracia que necesita un portal donde mostrar su poder. Ambas cosas cristalizan en el culto a una imagen que fanatiza a las masas incultas y sirve de escaparate anual al señoritío. Los símbolos de ese culto son sumamente precisos en su denotación intencional. El señorito, el aristócrata va a caballo y lleva a su familia en lujosas carretas atendidas perfectamente por una nube de sirvientes. La masa desposeída que vive cerca puede acercarse a sentir la fascinante teatralización del poder y el trampantojo de que comparte algo con los amos que la explota: una madre protectora.

Yo ya he dicho en varias ocasiones que las fiestas andaluzas actuales, romerías y ferias, responden a la ritualización cíclica de profundos estados de desigualdad social, los propios por otra parte de su estructura íntima. Por ejemplo el traje típico homologado ya en toda el territorio andaluz consiste para los hombres en el vestido de diario de los señoritos-caciques explotadores cortijeros y para las mujeres en el de domingo de las mujeres del campo, de las jornaleras. Si eso no tiene un significado clarísimo que venga San Freud y lo vea. Las ferias, muy recientes además todas ellas no son más que las fiestas que la aristocracia ganadera se montaba alrededor de sus negocios de compra-venta.

Fernando Santiago lo decía muy claro en un certero artículo:
El hecho de que el Rocío es un asunto de derechas lo demuestra que en 2007 el documental Rocío, de Fernando Ruiz Vergara, sigue siendo semiclandestino. Cuando se estrenó, en 1980, fue una brisa fresca en el audiovisual español. Un grupo de gente que no tenía miedo de los poderosos ni de los mitos y se atrevía a llamar a las cosas por su nombre. Fue un documental extraordinario, donde se explicaban las relaciones de las hermandades, sobre todo de la hermandad matriz de Almonte, con el golpe de estado del 18 de julio de 1936 y con el fusilamiento de líderes políticos de los partidos fieles a la república. También contaba el documental la manera en que recaudan dinero las hermandades y el entramado económico que es la romería del Rocío. Con todo lujo de detalles, incluido algún plano metafórico del señorito a caballo que avasalla a un currito a pié. Aquello fue demasiado para una sociedad donde la democracia estaba en pañales. El documental fue censurado por orden judicial, se le mutiló una escena y se ha hecho el silencio sobre su contenido. El autor fue condenado a dos años de cárcel y a una multa de 10 millones de pesetas de las de entonces. Eso es el Rocío, que no se llamen a engaño los partidos de la izquierda.
Eso está escrito en 2007. En 2011 la cosa no ha cambiado.

Para mí lo más entrañable de la película es que supuso el primer intento de denuncia directa de los crímenes del franquismo, el primer intento de formulación de una Memoria Histórica de las víctimas y una denuncia clara, con nombres y apellidos de los victimarios. En uno de los momentos más valiosos se pone rostro y nombre por primera vez a cada uno de los cien asesinados durante la guerra en Almonte en una letanía que da cuenta de aquel primer y fulminante año de aniquilamiento. Rocío se convierte así en documento y fuente al mismo tiempo, y en la película pionera de la recuperación de la memoria histórica en Andalucía, doblemente valiente por alzarse tras cuarenta años de silencio forzoso. Los nombres de los asesinos, uno de ellos fundador de la Hermandad del Rocío de Jerez, al que un vecino acusó en la película de matar a palos desde su caballo a varios jornaleros tras el golpe nacionalcatólico, fue el detonante del proceso judicial que sufrió la película y que demostró que la justicia estaba (y está) al servicio de los de siempre, como ha vueto a ser recientemente puesto en claro con el caso del juez Garzón.

El problema de la memoria en este país es siempre el mismo: la aberración de considerar un régimen como el franquista, simplemente como el régimen anterior sin más, normal, un poco autoritario, pero perfectamente respetable. En Alemania del Este y del Oeste, en los países del Este europeo, en Argentina, en Chile, en Uruguay, en Haití, en Guatemala, en Perú, en Paraguay y en África, en Sierra Leona, en Sudáfrica. Incluso en el mismísimo Marruecos. En todos ellos hubo y hay esfuerzos reales de los estados y sus sociedades por conocer la verdad oficial, proporcionar reparación y reconocimiento a las víctimas, e incluso algunos de los responsables de las atrocidades conocen las salas y los banquillos de justicia. Lo dice Esteban Beltrán en su imprescindible Los derechos torcidos (Ed. Debate. Barcelona, 2009). En España en cambio, las víctimas, los herederos del dolor, tienen que soportar aún que los verdugos genocidas sigan siendo ensalzados tranquilamente y considerados políticos o personas normales libres de culpa en los libros de texto escolares o en los de divulgación histórica y el régimen surgido de un genocidio, equivalente moral y políticamente al nazi alemán o al fascista italiano, basado en la tortura, la brutal represión de las libertades, como una tranquila etapa de la historia de España. Algunos de sus cómplices siguen vivos y aún en la política activa. Y si alguien se atreve a poner en duda esa verdad oficial que se vaya guardando de las iras de la justicia.

De aquellos barros los lodos actuales. Los miembros de un partido supuestamente heredero de la legitimidad republicana, pero que no han tenido nunca ningún empacho de besar el culo de una monarquía epígona del franquismo, descubren milagrosamente tras su acceso al poder político que los poderes verdaderos, el social y el económico, están en otra parte y que hay que respetarlos si se quieren mantener en las poltronas recién adquiridas por las urnas. Y que el caudal simbólico de la tradición aristocrática cortijera, explotado hasta el asco por el profundo proceso de aculturación en que se empleó el franquismo, no sólo no debía tocarse, acompañando a la intangibilidad de las propias estructuras socioeconómicas, sino que había que aprovecharlo y rescatarlo, repropiándose de su potencial alienante en beneficio propio, previa conversión fraudulenta en seña de identidad de lo andaluz.

A ello se suma el revival del alvarezquinterismo más lamentable, de la ingobernable extensión de la metástasis cofrade, de la estomagante ubicuidad del sevillanismo músico-gracioso. A falta de idiosincrasias más estupendas han convertido la caspa folclorizoide en nuestro inmutable hecho diferencial. Y Canal Sur es su profeta, la mayor y más diabólica máquina de cretinización masiva que ningún gobierno español soñara nunca. Ni los vascos ni los catalanes han conseguido extender tan efectivamente los topicazos más infumables de sus respectivas supuestas culturas autóctonas entre la inerme población elevando a la categoría de hecho diferencial la caspa de raíz rociera, el señoritismo, el cofradierismo, el nazionalfolklorismo coplero, la chismografía rosácea, la testosterona taurina.

La reciente entronización oficial (plaza, medalla de oro y estatua) de una parásita duquesona terrateniente y explotadora como heroína popular por parte del socialcretinismo andaluz sólo es uno de los adoquines con que han ido afirmando el camino hacia la conversión de esta sufrida tierra en Kretinistán, el paraíso de súbditos sumisos y azombizados perfectamente preparados para ser saqueados definitivamente por los herederos del genuino franquismo señoritil que en breve nos gobernará. Pero esta vez, ya más evolucionados, lo harán en nombre de instancias sobrenaturales que tienen sus hermandades matrices en Paraísos Fiscales de nombre impronunciable para los pobres jornaleros de la duquesa, que en el fondo somos los andaluces. AMÉN.

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