jueves, 6 de diciembre de 2012

De fiesta en fiesta...

... menos la de tos sus muertos.

Casualmente la última vez que "escribí" fue el día de la estatua en la columna, el 12 de octubre, día de la Hispanidad. Nota: la próxima fiesta nacional se celebrará también en octubre pero, debido al traspaso de soberanía, será una fiesta itinerante (cuando debería ser incinerante, pero esa es otra película) y se celebrará bajo el nombre de Oktoberfest.

Bien, hoy es fiesta. Pero, ¿por qué? ¿Qué coño se celebra? ¿Cómo se lo explico a mis hijos? Mi amigo y compañero David Arcavin acaba de obtener la nacionalidad española en un trámite conistente en jurar la defensa de la Constitución (del 78, supongo; sería un punto que no lo especificasen y pudieses jurar por la legítima...), la lealtad al Borbón (en eztaz fechaz tan zeñaladaz, me llena de odgullo y zatizfacción) y el respeto a las leyes que son dictadas al Parlamento y que se cagan en la primera (defecación constitucional) y tratan de legitimar al segundo (el heredero de Frankenstein) a través de las terceras (ordenamiento jurídico vigente).

Pues no entiendo nada. Y confío en que tú tampoco estarás entendiendo un carajo debido a mis cosas mentales.

La cuestión es que hoy se celebra (¿con una sesión de puertas abiertas como era costumbre? ¡no! no vaya a ser que algún perroflauta sea noticia a nuestra costa) el 34º aniversario de aquel paripé (me acuerdo porque yo nací un mes antes, no porque tenga especial interés en conmemorar una mierda) que nos dice que todos los españoles somos iguales ante la ley, que tenemos derecho a un trabajo, a una vivienda digna, a la libertad de expresión, a los convenios colectivos, a expresarnos en nuestra lengua materna y, entre otras muchas cosas, a una sanidad, una educación y una defensa jurídica gratuitas. Pues me cago en cuantos muertos tengan todos los hijos de perra que día tras día se ciscan en los derechos que nos reconoce (los derechos no se regalan; se consiguen) la Carta Magna para regalarle todo lo que tenemos en común al gran capital y lo que tenemos individualmente, a los cerdos de nuestros empresarios patrios. Me cago en sus muertos y en la mitad de sus vivo, a quienes bien haríamos en ayudar a unirse a quienes, de los suyos, se encuentran en la primera categoría.

Si admiro dos cosas de las que nos han dado los franceses (bueno, tres, si añadimos el mazazo , éstas son Zidane y la guillotina.

Salud y un poquito de dignidad, aprovechemos el día y, mientras paseamos, caguémonos en los muertos de cualquiera de los bastardos que nos joden la vida cuando pasemos junto a sus edificios oficiales, sus lujosas casas o sus impresionantes coches. Y en dios, que eso no falte un solo día de nuestras vidas; la blasfemia sí que dignifica, no la mierda de trabajo que nos dan para que tengamos la sensación de que pintamos algo y que tenemos algún tipo de poder (adquisitivo, lo llaman). Sus muertos el que no.

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