sábado, 3 de julio de 2010

Eduardo Sotillos: Ahora es una huelga política.

Los trabajadores del Metro de Madrid han planteado una huelga muy dura-de palabra y de obra- en defensa de sus salarios. Durante dos días no se han respetado los servicios mínimos impuestos por la empresa, y han saltado las alarmas. Ha sido la ocasión esperada por quienes solo anhelan que los sindicatos reserven sus fuerzas para la huelga general anunciada contra el gobierno socialista, pero los denigran y descalifican cuando plantan cara a una administración regida por el Partido Popular.
El debate permanente sobre la impopularidad de una huelga que afecta a los servicios públicos utilizados masivamente por otros trabajadores se reproduce sin alcanzar puntos de encuentro entre la natural incomodidad que han de soportar quienes no son responsables del conflicto y la solidaridad deseable con aquellos que están defendiendo, en su área, unos principios que tendrán su aplicación en cualquier otro ámbito de las relaciones laborales. Hoy por ti, mañana por mí.

No seré yo quien ose adoctrinar a los dirigentes sindicales-cargados de experiencia- sobre las mejores formas de gerenciar un conflicto de tan delicada naturaleza y, sobre todo, prevenirse ante la esperable campaña desplegable, disparando por elevación, contra el prestigio del movimiento sindical en su conjunto. Es de suponer que no les habrá cogido por sorpresa la ofensiva lanzada desde la Comunidad de Madrid. La reacción, sin embargo, ha sido demasiado burda y solo podrá engañar a quienes quieren ser engañados. Con su habitual estrategia, consistente en trasladar responsabilidades a terceros, la omnipotente Esperanza Aguirre, la que no deja que nada quede fuera de su control, lo mismo pide ayuda a los ministerios para controlar la conflictividad, que desplaza al gobierno socialista la autoría de unas medidas que ella ha exagerado ampliándolas hacia empresas publicas no previstas en el Real Decreto emanado del Consejo de Ministros.

Pero no contenta con crear esa cortina de humo, la Presidenta de la Comunidad de Madrid ha seguido avanzando, con frívola imprudencia, hasta territorios de riesgo que precisan de una respuesta contundente. Su mensaje de que los huelguistas están actuando como marionetas de su oposición política es tan insultante para los sindicatos como para los partidos políticos. Insultante y falsa. Pero no es nueva. Esa ha sido siempre su reacción cuando ha tenido que enfrentarse a protestas de los trabajadores de la Sanidad o las reivindicaciones de los docentes. Esperanza Aguirre- lo afirmo conscientemente- siente un desprecio profundo, una animadversión visceral, por los sindicatos,” una plaga de parásitos y liberados”, y una falta absoluta de respeto hacia los partidos políticos de izquierda a los que dificulta constantemente la práctica de la oposición en el Parlamento regional.


“¡Si esta no es huelga política, que baje Dios y lo vea!” ha declarado, sabiendo que un nutrido coro mediático iba a jalear a la diva. Pues esta vez tiene razón. Esperanza Aguirre ha convertido una reclamación laboral en un conflicto político. A ella corresponde ese mérito .La huelga del Metro de Madrid ha servido, gracias a los excesos verbales de la señora Aguirre y sus corifeos, para desnudar la realidad: cualquier pretexto es bueno para tomar la delantera a Rajoy y encabezar la guerrilla contra el presidente del gobierno, su principal objetivo. Ante esta exhibición de voluntad política, resultaría suicida y desleal no marcar claramente los territorios y no denunciar su comportamiento. Solo le faltaría a Esperanza Aguirre recibir caritativas palmaditas en la espalda cuando le falta aliento para resolver los problemas que genera. Si está sobrada de palmeros…

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