lunes, 4 de junio de 2018

El cuentacuentos

Hoy, como siempre, escribiré sin repasar redacción o ortografía. Hoy, como casi nunca, esconderé al protagonista de la historia, que quiere permanecer en el anonimato. Hoy, como casi nunca, no voy a publicarlo aquí para tenerlo más amaño que en las redes sociales, sino que lo haré solamente aquí, para estar seguro de que no lo leerá nadie, ya que no voy a enlazar o copiar y pegar en Instagram o Facebook. 

Hoy, voy a escribir prosa, cruda, sin poesía y con mucho dolor. Hoy, realizaré un exorcismo para ver si el niño del que hablaré sin dar nombres, es capaz de dormir. 


Imaginad un niño que siempre se ha sentido peor, más tonto, más feo, más torpe que los demás. Un niño que recibía de su abuela frases del tipo "todos mis nietos son guapos, pero este era un bicho, un lagarto, feo a no poder más", una y otra vez, delante de todos el mundo o en la intimidad.

Imaginad que ese niño firme una disfunción que no le permite realizar las tareas a la misma velocidad que al resto y que, varias décadas después, sin excepción, cada vez que se habla sobre sus lamentables (que lo fueron) resultados académicos, se resalta que "era un vago, terminaba el último, sus compañeros salían de clase y él no había empezado a colorear un puto círculo verde".

Imaginad a ese mismo chico, años después, cuando ¡por fin! había entendido lo importante que sería tener unos estudios que ¡oh, sorpresa! le resultaban sencillos una vez estimulado correctamente, era obligado a dejar de estudiar (sí, en una escuela de adultos sin serlo) para ponerse a trabajar en la empresa y el puesto que eligió su padre. Y encima, agradecido por las 84.000 pesetas (por 10 horas) ya que "te dan trabajo a pesar de no valer para nada".

Imaginad que dos años después, tras firmar una hipoteca (aun cobrando por debajo de lo que hoy serían 600 euros), tras comenzar con el proyecto de formar una familia, ese ya no tan niño, es obligado a abandonar esa empresa para trabajar con su padre y, aguantar diez años de "vivirás de puta madre trabajando para tu papá", mientras tu opinión es la última en ser escuchada y JAMÁS ser teñida en consideración.

Imaginad que, según iba conociendo el oficio, aprendiendo que era bueno en algunas cosas, qué entendía de algunas otras y que era el único que se encargaba de algunas muy concretas (como la facturación), sin siquiera comentárselo, se encuentra con un tipo que entiende menos que él de ordenadores, cobrándole a su jefe (recuerda, su padre) un pastizal por una basura de ordenador y que tiene que hacer esa parte del trabajo como le impone alguien según el criterio de quien carece de él.

Imaginad que el jefe considera un buen día que "esa mierda la hace cualquiera" y se tira más de un año haciéndolo mal, recriminando a quien ya no pisa la oficina que "las cosas que ponían antes, se quitan solas, yo no he 'tocao na'".

Imaginad que cuando llega la crisis, sin nada de trabajo durante semanas, nada, absolutamente nada que no sea barrer el taller, harto de verse mano sobre mano diez horas al día y ocho los sábados, como si hubiese trabajo, sale motu proprio a buscar nuevos clientes y la lista de contactos permanece intacta, sin una sola llamada por parte del padre jefe, ese que se leía dos periódicos deportivos (supongo que para contrastar la vital información) cada día.

Imagina que, tras meses de agonía mental, tras años en los que todos los encargados de todos los clientes le han ofrecido trabajo, mejor remunerado y sin duda alguna, vacío de los desprecios constantes y la absoluta falta de consideración debida, tras años montando estructuras con miedo a las alturas, tras peleas con familiares y amigos que le recomendaban "por salud mental" que el niño pidiese la cuenta para dejar de estar triste cada día sin excepción... Imagina, decía, que después de todo eso, mientras estás de vacaciones, su jefe (y padre) le comunica que al volver, no tendrá trabajo porque cierra. Por supuesto, no cobrará el finiquito porque no hay pasta.

Imagina que encuentra trabajo en unas semanas y está en el mismo puesto durante casi una década tras lo que decide emprender, cosa que, entre problemas personales y profesionales, deriva en una concatenación de hechos que empujan a ese niño a volver a casa de sus padres, hundido, humillado y desesperado.

Imagina que a pesar de todo, ese niño consigue reponerse, comienza a sentirse mejor y por fin logra aceptarse tal cual es con sus defectos y, sobre todo ¡oh, sorpresa! con sus virtudes. Imagina que ese niño conoce a un ser como ningún otro, que le saca de un nunca más y le empuja a un para siempre inevitable.

Pues imagina que un año después, casualmente (¿?) unos días después de que el niño, tras unos momentos complicados en la búsqueda de un empleo, se pregunta angustiado el motivo por el que su padre pueda encontrarle trabajo a amigos y conocidos y NI UNA SOLA vez a su propio hijo... Para medio descubrir que a pesar de todo, sigue siendo considerado un vago, acusado de mentiras como que no hacia nada, salvo esperar el sueldo y cosas tan peregrinas como que "leía revistas en el trabajo". WTF?

Se caga en Dios.

Está harto, triste y decepcionado. Ah, y según me comenta, te dudas sobre si terminar con todo y con todos o hacer como si nada.

Si vosotros también conocéis a ese niño y parte de esta historia, hacedle un favor y no le digáis que he contado esto, puesto que se sentirá muy incómodo. Al fin y al cabo, sólo me lo contó como os lo cuento yo, para ver si le sirve al menos para dormir esta noche. De hecho, aún no he decidido si saldrá de borradores en un rato, en unos días... O nunca.

No hay comentarios: